Vistazos del Centro Histórico: cuadrante de gran legado patrimonial

Vistazos del Centro Histórico: cuadrante de gran legado patrimonial

En tanto que permanezca el mundo, no acabará la fama y la gloria de México-Tenochtitlán.

Chimalpahin, cronista indígena.

 

Hablar del Centro Histórico es hablar de una verbena popular que hacemos todos aquellos quienes transitamos por sus calles; observando los nichos que yacen en cada edificio; asaltados por las miradas de los turistas o las de los inmuebles de cantera, mármol, o tezontle que rodean las 668 manzanas que lo conforman.

Recorremos y nos detenemos no sólo por el bullicio de las compras, sino por la divesidad pululante de riqueza cultural y gastronómica: cilindreros, chamanes, albañiles, ‘coyotes’, con quienes también cruzamos lazos efímeros: una mueca, mirada, un grito, una sonrisa. Con ellos reinventamos nuestra actividad y la esperanza de sabernos unos con otros, así cuando no sabemos llegar un destino, compartimos ademanes con sólo cuestionar al prójimo.

Hablar del Centro Histórico es referirnos a sus 9.1 kilometros cuadrados de superficie; alrededor de 9 mil predios y 1436 edificios con valor monumental; no por nada en diciembre de 1987 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) lo declaró –junto con Xochimilco- Patrimonio de la Humanidad.

Sin embargo y de forma particular, la plancha del Zócalo es la ganadora de dicha condecoración. Sus 22 mil metros cuadrados de superficie hablan por sí mismos de la vasta riqueza histórica de lo lacustre de la época prehispánica, los mercados –el Parián- en la época colonial, hasta la mancha de concreto de nuestros días.

Los días en que la gran Tenochtitlán fue la ciudad rodeada de cauces que a la postre fue abatida; la la destrucción de los palacios de los aztecas que el dios Huitzilopoxtli había encargado a los de Aztlán construir en un lago cuando un águila devorara a una serpiente, fueron silenciados con la evangelización y la construcción de palacios sobre palacios, una ciudad quedó enterrada bajo la otra mas no el legado de la misma.

Escenario de “alardes” –desfiles- que Hernán Cortés ordenó para hacer notar su poderío militar vencedor; de procesiones como el Paseo del Pendón –procesión conmemorativa de la caída de Tenochtitlán-; de horcas y guillotina en la época de la Inquisición; de comercio –mercado de indios, donde se vendían alimentos; baratillo, donde se vendían herramientas; el Parián, edificio de madera y mercado de españoles-.

El Zócalo ha sido testigo también de las entradas triunfales del Ejército Trigarante; la Decena Trágica; mitines; de fotos al desnudo multitudinarias; eventos culturales, sociales y religiosos. Asimismo de grandes tranformaciones en su estructura pasando de fuentes, monólitos, alameda hasta el asta bandera.

Mientras lo recorró trato de imaginar qué sentirá el Zócalo, ¿cúanto ha sufrido, cuánto ha gozado, cuánto ha llorado, cuántos nombres ha tenido?.

Entro a la Catedral, compro mi boleto al campanario; subo, desde el tejado lo observo, un señor de avanzada edad espera a su hijo a mi costado “el Zócalo es un lugar de reunión, de intercambio, de manifestación y de conviencia”; enseguida recuerdo una cita de Fabrizio Mejía Madrid  “el Zócalo es la definición de lo chilango: todo cabe, nada sobra”. En efecto, las historias en él caben; escribir sobre él, sobra.

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