El filme se desenvuelve en los años previos al Apolo XI y las etapas por las que pasó la NASA antes de llegar a este éxito, preocupada porque la Unión Soviética conquistara la Luna primero. Obviamente sabemos el resultado de la película desde antes de sentarnos a verla, por lo tanto, era necesario que Chazelle estuviera interesado en algo más que el simple resultado de aquel viaje. Esta historia es la del propio Neil Armstrong, un hombre que queda quebrado mentalmente después de una tragedia familiar. Un evento que marcará su vida para siempre dejándolo con un sentimiento de perdida constante en su vida. Y aunque su trabajo en la NASA es una vía de escape, nos dejan saber que no es suficiente.
El filme nos devuelve el retrato de un héroe humilde en equilibrio entre la determinación, el sentimentalismo, las decisiones heroicas y los problemas familiares; emblema de una película estratificada, alejada tanto de los cánones narrativos estadounidenses contemporáneos, como del cine vital y apasionado al que nos enfrentamos. Su esposa es igual de importante. Sobre todo porque este filme es una película sobre la familia, sobre el duelo, la aceptación y la obsesión.
El punto débil es que nunca tienen la introspección y la fuerza necesaria para asumir la profundidad de la historia. Esto crea una brusca ruptura entre las valiosas diferencias entre Neil y su esposa Janet, cargadas de rencor reprimido y, al mismo tiempo, con una inexplicable necesidad de amor. Los diálogos entre el astronauta y sus colegas, sin duda son de menor tono e intensidad. Sacando conclusiones, la película no decepciona y las expectativas son cumplidas a cabalidad. Damien Chazelle prueba una vez más que es uno de los jóvenes cineastas más talentosos del negocio, adaptando su estilo único a una historia sorprendentemente íntima y humana, sin exceder la retórica y, sobre todo, nos recuerda que los verdaderos héroes viven y luchan en medio de nosotros todos los días, manifestando sus hazañas en privado y de quienes los acompañan silenciosa y fielmente.