Hace 5 años, Guillermo del Toro nos sorprendió con Titanes del Pacífico, una película espectacular acerca de robots gigantes peleando contra monstruos gigantes. Con una premisa tan simple, ¿qué podía salir mal, es el turno al bate de Steven S DeKnight (Daredevil, de Netflix) de jugar con mechas y kaijus, ¿logra Titanes del Pacífico: La Insurrección estar al nivel de la primera?
Sin del Toro en la silla de director, ni el co-guionista original involucrado, Titanes del Pacífico: La insurrección (Pacific Rim: Uprising, 2018), dirigida por Steven S. DeKnight, se desarrolla una década después de los eventos de la primera parte. La guerra ha terminado y ahora el hijo del fallecido Stacker Pentecost (Idris Elba), Jake Pentecost (John Boyega), trafica partes de Jaegers. Es así que Jake conoce a Amara Namani (Cailee Spaeny), una jovencita que ha construido su propio Jaeger, dado que ella desea poder contrarrestar el previsible retorno de los Kaijus.
Titanes del Pacífico: La insurrección tiene personajes inéditos pero, como es común en las segundas partes, repite la fórmula de la original. El personaje de Boyega, por ejemplo, es bastante similar al de Charlie Hunnam (quien ni si quiera es mencionado en la secuela), mientras que Amara representa el intento por replicar la emotividad que en el pasado vino de la mano de Mako Mori (Rinko Kikuchi), al ser también una huérfana con antecedentes trágicos. La relación entre ambos, sin embargo, es solo una de las diversas subtramas del filme.
Si bien el guion de la original contó con un buen trasfondo humano, y un peculiar mundo, la historia siempre se mantuvo bastante directa y sencilla. El guion de la secuela, lamentablemente, es bastante flojo y se nota que ocupó del doble de guionistas. Como parte de una excesiva justificación a la inevitable nueva batalla entre Jaegers y Kaijus, Titanes del Pacífico: La insurrección tiene diversos elementos que nunca logran cuajar; por ahí está una subtrama de un grupo de adolescentes, el regreso de personajes conocidos (Mako Mori, Newt y Hermann), y otra historia sobre una corporación que busca cambiar a los Jaegers por drones que ya no ocupan pilotos para funcionar.
Sin momentos tan emotivos como el discurso de Stacker, o el flashback con Mako Mori de niña, además de diversos personajes pobremente desarrollados (salvo Amara ninguno de los jóvenes es realmente relevante) y explicaciones que rayan en lo ridículo (incluso considerando la naturaleza extravagante de un universo como el de Titanes del Pacífico), esta secuela se queda corta en el aspecto humano y a la hora de emular la singularidad del mundo creado por Travis Beacham y del Toro.
Si bien tienen un elenco muy diverso (con personajes de distintas etnias y edades) y jamás pisan suelo estadounidense, la película tiene todos los clichés de una cinta gringa, olvidándose que Guillermo del Toro logró un animé en carne, hueso y CGI. El estudio no espera que esta secuela sea un éxito en Estados Unidos, pero con la forma en la que abordaron el proyecto ¿estarán conscientes de que quizá tampoco conecte con el mercado asiático?
El trabajo de efectos especiales está muy bien hecho (no se vale menospreciar eso, después de Justice League jamás volveré a dar por sentado que lo mínimo que nos van a entregar los estudios son buenos efectos). Pero hay algo en la coreografía de las batallas, en los diálogos, en todo ello, que se sienten sin alma. Sólo están cumpliendo con el plan, pero no lo ejecutan con corazón. No hay grandes momentos que te hagan gritar en el cine, que realmente te preocupes por los protagonistas, vamos, ni siquiera en la escena final hay tensión, te dicen cuál será el plan para acabar con el enemigo, y lo entregan casi sin contratiempos.